"El grado de emancipación de la mujer es la medida natural de la emancipación general" Fourier.
El papel preponderante de los hombres en la economía, la sociedad y la
familia, debido al desarrollo de la ganadería, la agricultura de regadío
y los oficios de elaboración de metales, que ocurrió en las etapas de
surgimiento de las clases y del Estado, marcó, junto a la lucha de
clases, las relaciones de dominación y explotación que han prevalecido y
determinado la historia de la humanidad hasta nuestros días. La
opresión de la mujer está estrechamente relacionada con la opresión de
clase. De tal forma que la subordinación de la mujer es fruto de las
relaciones sociales y sirve a los intereses de la clase dominante.
Nuestra cultura es androcéntrica, de modo que relaciona primariamente
con el varón todo lo que es propio del común de la especie, del mismo
modo que dota de excelencia a lo que sea peculiar por viril. Incluso,
las escasas mujeres que han logrado algún tipo de poder han intentado
imitar ese modelo. La jerarquía ilegítima, pues, más ancestral de todas,
se ha mantenido a través de los siglos. Por todo ello, los abusos en
función del sexo han sido una constante en nuestra historia.
La libertad y la igualdad les han sido negadas repetidamente a las
mujeres. El erróneo principio que ha guiado las relaciones entre hombres
y mujeres tiene que ser sustituido por el de igualdad, que consiste en
el no reconocimiento de ningún poder o privilegio a los hombres y de
ninguna discapacidad a las mujeres.
El hombre no puede tolerar la idea de vivir con un igual. Un ejemplo de
ello lo vemos en el seno de la familia. En la cual no todo es ternura y
amor. En realidad, impera la ley de quien se considera a sí mismo el más
fuerte.
El liberalismo, el individualismo y el capitalismo constituyen los
cimientos del sistema patriarcal. Tras dos siglos de reivindicación
femenina, el sistema no acaba de desaparecer. La división sexual del
trabajo (consagrada por el sistema patriarcal y bendecido por el
liberalismo) condena a la mujer a la explotación, acentuada, aún más,
por la lucha de clases. A la mujer se la obliga a realizar las tareas de
la vida doméstica y a cuidar a los hijos y a las personas dependientes,
trabajos no reconocidos, pero imprescindibles para la sociedad. Las
mujeres se convierten, de esta forma, en una fuente de trabajo no
remunerado doméstico, lo cual permite a los capitalistas de todo el
mundo obtener grandes beneficios. Y, al mismo tiempo, se las mantiene
alejadas de los centros de poder y de control social. Así, a lo largo de
la historia, las mujeres han sido convertidas en esclavas domésticas,
lo cual ha permitido a los hombres dedicarse a controlar la economía, la
política y el poder militar.
En el mercado laboral la mujer sufre la segregación horizontal y
vertical: la temporalidad y la precariedad afectan más a las mujeres que
a los hombres (las mujeres firman el 80% de los contratos a tiempo
parcial, con horarios eternos, dislocados e irracionales, que impiden
cualquier tipo de conciliación), la discriminación salarial (la brecha
salarial entre mujeres y hombres se sitúa en el 19,8 %; la mujer gana, a
igual trabajo, un 17% menos que los hombres, a pesar de estar mejor
preparada), la discriminación en materia de promoción social, la
marginación por maternidad y la alta tasa de paro femenina, la cual casi
duplica a la masculina. Amplios colectivos de trabajadoras ni siquiera
son iguales ante la ley. El mercado laboral es cada vez más hostil para
las mujeres. Las mujeres trabajadoras son explotadas a un nivel más alto
que los hombres. Todo ello conduce a que la pobreza tenga nombre de
mujer.
La violencia machista hacia las mujeres es una lacra y una vergüenza
para nuestra sociedad (más de 830 mujeres han sido asesinadas en España
en los últimos trece años). Hay poco interés por acabar con esa
humillación. Se aprobó la Ley Integral contra la Violencia de Género,
pero carece de medios económicos y humanos para hacerla efectiva, ni hay
interés sincero en aplicarla. La llamada Constitución Europea ni
siquiera nombra en sus más de trescientas páginas un problema, tan grave
en la UE, como es el de la violencia de género, un auténtico
terrorismo. También, basta con ver la mercantilización de la violencia
sexual que se hace en la televisión o en el cine para ver hasta donde
llega el cinismo de nuestra sociedad. El 40% de los jóvenes no admiten
el rechazo de las mujeres a sus requerimientos sexuales y un 40% de las
chicas ceden sin resistencia a las violencias masculinas en este
sentido. Además, hay que tener siempre muy presente que la mujer ha sido
y es víctima y botín de guerra.
Las mujeres, tras duras luchas, han logrado el derecho al voto y a la
participación ciudadana, pero siguen subrepresentadas en todos los
parlamentos del mundo y en todos los puestos de decisión (la escasez de
mujeres en altos cargos es un problema que afecta a la mayoría de países
del mundo. Solo el 12% de los puestos de responsabilidad de las
empresas de la Unión Europea son ocupados por mujeres. El 85% de los
miembros no ejecutivos son hombres y un 91,1% de los presidentes de
empresas europeas son hombres, mientras que las mujeres constituyen el
15% y el 8,9%, respectivamente). Las nuevas “teorías progresistas” que
defienden ideas como la paridad, son esencialmente machistas e injustas.
No hay que ser paternalistas, sino que hay que dejar de hablar de
hombres y mujeres para comenzar a hablar de personas, siendo las más
capacitadas las que opten a ocupar el lugar que realmente merezcan.
La mujer es expuesta, por el capitalismo, para su venta como objeto
erótico, utilizada con fines pornográficos, con la permisividad de una
sociedad inmoral. La mujer como mercancía, exhibida en revistas,
internet, cine y en televisión. La belleza se convierte, así, en el
único criterio para juzgar y valorar a una mujer. Una chica hoy asume,
de forma inconsciente, que todo depende de su belleza, que el futuro se
resuelve mejor con un buen físico que con una carrera universitaria, que
se gana más, en definitiva, vendiendo el cuerpo que trabajando. Es
repugnante la alienación y la denigración que el sistema imperante hace
de la mujer. Es intolerable como se pretende ocultar la verdadera
esencia del género femenino: heroicidad, abnegación, energía,
creatividad, talento, sensibilidad… El paradigma dominante es, sin lugar
a dudas, una dictadura de la incultura y de la degradación.
Una sociedad que tiende a generar personas explotadoras y egoístas es
inadmisible. Un sistema que genera miseria, desigualdad y dolor debe
sucumbir. Hay que acabar, pues, con todo orden explotador. Para que la
igualdad legal que figura en los textos se convierta en igualdad real se
requiere urgentemente un cambio de paradigma. Marx y Engels ya vieron
que el ingreso de la mujer a la fuerza de trabajo remunerada era un
primer paso para la liberación femenina, pero no suficiente, ya que no
la liberaba de la opresión de clase. “Sólo en el proceso de la
transformación socialista de la sociedad en su conjunto, se podrá
alcanzar una auténtica igualdad entre ambos sexos”. No hay otro camino.
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